Carretera

La Ruta de la Casilla

José V. Navarro

LA REINVENCIÓN


Reinventarse no es tarea fácil, es un proceso lento y una gran parte inconsciente. Cuando has identificado el momento debes encontrar el camino que deseas seguir, hallar la forma de lograrlo, luchar por conseguirlo y no desfallecer ante las dificultades, el principal obstáculo reside dentro de uno mismo, llegar a la conclusión de que nunca es tarde.


        Las circunstancias van marcando las señales, lo complicado es interpretarlas.
        Cuando perdí mi primer trabajo fijo tras unos doce años dando bandazos en más de 14 puestos diferentes  me encontré desubicado, rabioso, descreído del sistema.

        Durante los dos años siguientes me desahogaba escribiendo mi primera novela La maldita casilla de salida (un año en escribirla y otro en publicarla). Buscaba infructuosamente trabajo con un currículum que aborrecía, que sentía inútil esperando respuestas que no llegaban. Frustrado me refugiaba en la imaginación conseguida con la escritura.
        Acudía a orientadores laborales y realizaba cursos intentando conseguir respuestas. Reformaba mi perfil, inventaba blogs y proyectos que no culminaban.
        El tercer año fue como viajar en una nube, un año repleto de actividades promocionando el libro que había escrito: presentaciones, exposiciones colectivas, club de lectura, ferias del libro, radios, firmas, creaciones publicitarias, todo lo que un principiante en el intrincado mundo literario se inventa para darse a conocer.
        Gracias a todas estas actividades estaba cambiando mi persona. Había descubierto que podía comunicar, que estaba venciendo mi timidez, era un paso importante en mi tardío desarrollo personal. Sin embargo no captaba las señales que se atisbaban entre la bruma hasta que descendí de mi placentero limbo.

        Mis anteriores trabajos y el actual mercado laboral me indicaban que iba a resultar prácticamente imposible encontrar un empleo digno. Analizando mi situación me di cuenta de que en realidad mi trayectoria vital estaba cambiando.
        Recuerdo a un perspicaz orientador laboral que me lanzó una pregunta y una reflexión: « ¿realmente quieres que te apunté como peón de fábrica o conductor de carretillas elevadoras? Creo con sinceridad que no es lo que estas buscando». Era cierto, pero no quería verlo o no sabía cómo afrontar mi nuevo camino.

        Sin pretenderlo había realizado tres cursos que podrían relacionarse con un mismo campo: dos meses de ayuda a domicilio y 90 horas repartidas entre quiromasaje y escuela de espalda
        Pensé que sería bonito trabajar ayudando a los demás, incluso mis dos aficiones favoritas: el montaje de vídeo y la escritura o lectura podrían ser utilizadas para prestar un servicio, tenía varios proyectos en mente relacionados.

        Sin embargo necesitaba al menos un título para que todos los demás complementos pudieran encajar en el engranaje. Descartada la universidad por factores económicos y de tiempo, revisé las opciones de formación profesional.Integración Social se adaptaba como un guante.

        Podría resultar una paradoja, acabar ayudando a los demás, para ayudarme a mí mismo. La cuadratura de un circulo, el mío propio.
        Una vez alcanzada la deducción procedí a  buscar la forma de acceso. No iba a resultar tarea fácil retomar los estudios y más cuando se trataba de aprobar seis asignaturas, dos de ellas complicadas: las matemáticas y el inglés, sin embargo comprobé que la madurez era un punto a mi favor.


        Y aquí estoy, en este punto, dispuesto a dar la batalla durante dos años. Resulta bonito el título, Técnico de Integración Social. Lo que no hice en la juventud, me toca ahora. 

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